11.26.2015

Si no fueras tan tú... (4)

—Lo suponía... tienes que seguir con tu vida —digo mostrando indiferencia para no hacerle partícipe de mi tristeza.

—No empieces Laura —dice serio— ¿Por qué no te vienes conmigo?

—Eso es una locura —digo escandalizada. No puedo alejarme de esta playa, no soy capaz.

—Ahora mismo aquí, no haces nada —sentencia.

—Saúl, te lo agradezco pero no voy a ir a Londres. —Saúl resopla, sabe que no hay modo de hacerme cambiar de opinión.

—Bueno, por lo menos ¿vendrás a la despedida que me han preparado los chicos? —Lo miro dubitativa, él asiente con la cabeza sin parar.

—Vale, iré —digo mostrando resignación.

Saúl me espera sentado en las escaleras, cerca de mi habitación. Muy a mi pesar tengo que ir a la cena con nuestros amigos, segunda prueba. No los veo desde hace unos veinte días que estuvieron en el hospital conmigo, todos me han llamado pero no he respondido a ninguna llamada, ni mensaje.

Esta cena me aterra, no solo por reencontrarme con todos, esta cena significa que mañana Saúl se va y que vuelvo a estar sola entre estas cuatro paredes. Espero que su visita me haya servido de algo y por lo menos pueda continuar.

Me entallo en un vestido rojo hasta media pierna, adorno mi estrecha cintura con un cinturón dorado. Tras pintarme la línea del ojo y maquillar mis pestañas, me pinto los labios rojos. Me calzo unos tacones negros muy altos e incómodos y me observo en el espejo. Sí, parece que me he encontrado de nuevo. Dejo mi pelo suelto y liso y tras coger un clutch negro y dorado, salgo de mi habitación para encontrar a un Saúl cansado de esperar. Viste una camisa rosa remangada y uno vaqueros claros. Se levanta y me mira de arriba abajo dibujando una sonrisa en sus perfectos labios.

—¿Vamos? —pregunto cambiando el peso de pierna y levantando las cejas. Saúl me tiende su mano para ayudarme a bajar las escaleras. Lo agarro.

—¿Sabes? Al verte ahora me doy cuenta que el look de chica triste y sucia te sienta fatal —dice bajando delante de mí.

—Yo no soy sucia —digo mientras le doy con el clutch en la cabeza. Saúl suelta una carcajada y se encoge para no recibir otro golpe.

Salimos de la casa, con estos tacones soy de la misma estatura que él. Me acompaña hasta la puerta del copiloto de su caravana. Una enorme caravana blanca y vieja que chirría en cada movimiento.

Cuando llegamos al pueblo atravesamos calles estrechas de piedra que nos muestran los lugares más bellos: campanarios, plazas, iglesias,... Miro por la ventanilla recordando los inolvidables momentos que años atrás habíamos pasado en todos esos rincones. La gente pasea, aún es de día pero pronto anochecerá, es lo que tiene el otoño. Salimos a una gran avenida donde Saúl aparca.

—Ya están todos —anuncia mientras mira su móvil.

—¿Dónde es? —pregunto mientras miro a ambos lados de la calle para cruzar. Saúl no contesta. Me agarro a su brazo porque el empedrado es un enemigo mortal de mis tacones.
Andamos por varias calles hasta llegar a un callejón sin salida donde se puede ver un restaurante llamado “Juliette”, lo conozco perfectamente, sonrío. Es mi restaurante favorito. Saúl aguanta la puerta de cristal mientras yo entro. Me encanta este sitio, es tan acogedor y bonito. Tenían reservada una mesa en un precioso patio de luz, las paredes están adornadas con margaritas de todos los colores. Todos nuestros amigos rodean la mesa, no falta ni uno. Claudia, Elena, Guille, Alfonso, Pedro y Pablo. Todos éramos amigos desde pequeños, habíamos ido a la misma clase y los fines de semana también salíamos juntos. Hacía tiempo que no estábamos todos y este, era un buen momento para reencontrarnos y ponernos al día. Todos tenían terminadas sus carreras y la mayoría de ellos estaban viviendo en la ciudad.

—¡Laura! —grita Elena que se levanta para acercarse corriendo hacia nosotros. Elena es una chica rubia y alocada. Siempre conseguía sacarle una sonrisa a cualquiera por muy adversa que fuese la situación. —Estaba asustada, no dabas señales de vida. —Me abraza fuerte—. ¿Estás bien? —Se despega de mí y me mira—. Bueno, no importa, si no lo estás, pronto lo estarás, ya verás. —No puedo evitar reírme, Elena habla tan rápido que apenas me ha dejado contestarle. Se acerca a saludar a Saúl. Me gusta mucho como va vestida, lleva unos pantalones altos anchos que se estrechan en sus tobillos y una camiseta de media manga azul marino, en sus pies, unos salones negros. Trabaja en una revista llevando la sección de moda por eso tiene ese estilo tan suyo. Su melena rubia y larga ondea en cada brusco movimiento que hace al abrazar a Saúl.

—¿Cómo estás? —me preguntan Guille y Claudia que se acercan a mí con cara de circunstancias.

Guille y Claudia son pareja desde siempre, no tengo ningún recuerdo en mi mente en el que estén solteros.

—Estoy bien chicos —digo abrazándolos—. Me hace mucha ilusión que estemos todos juntos.
Pedro, Pablo y Alfonso también se acercan a saludar y darme el pésame. Después de los besos y abrazos nos sentamos alrededor de la mesa, estamos durante horas comiendo, bebiendo vino, charlando... Saúl aprovecha cualquier momento para contar uno de sus chistes malos, que por alguna razón, contados por él, se convierten en graciosos. Pablo habla sobre su nuevo trabajo en la empresa de coches de su tío. Pedro y Alfonso se fueron a vivir juntos a la ciudad y aún no tienen trabajo pero están buscando cualquier cosa mientras hacen un máster juntos.

Claudia, trabaja de enfermera en un hospital de un pueblo vecino y vive con Guille, que trabaja en un bar del pueblo. Ella cuenta que lo más duro es tener que conducir cuarenta kilómetros todos los días para ir y otros cuarenta para volver.

Elena, vive con compañeras de piso en la ciudad donde trabaja, en la revista de la que antes os hablé. Yo pensaba que había sentado cabeza con esa última sección que le dieron pero cuando ha contado que tiene una aventura con su jefe he descubierto que no, que sigue igual.

Las horas pasan rápidamente y cuando nos damos cuenta es muy tarde y algunos comienzan a marcharse.

—Bueno, la próxima será en Londres —se despide Pablo, que es el primero en irse.
Pedro y Alfonso tienen que madrugar mañana para volver a la ciudad y Guille para abrir el bar, así que se marchan.

—Laura, voy a llevarte ya a casa, estoy cansado —dice Saúl que me mira bostezando.

—Vale, como quieras.

—Mañana bajaremos a verte —dice Elena mientras me agarra de la mano.

—Sí, ¿a las doce te viene bien? —pregunta Claudia.

—Vale, a las doce está bien —asiento mientras me levanto de la silla para seguir a Saúl que espera en la puerta.

—¡Hasta mañana Laura! —se despiden ambas que siguen tomando una copa.

—¡Hasta mañana chicas! —Les lanzo un beso con la mano. Saúl también se despide de ellas alzando la mano desde la puerta.

Cuando salimos del restaurante es completamente de noche, la calle está desértica y ha refrescado un poco.

—Saúl gracias, lo he pasado muy bien —digo agarrada a su brazo mientras lo miro.

—No tienes que dármelas, fue idea de Claudia y Elena —dice introduciendo las manos en sus bolsillos mientras dirige la mirada al suelo, tímido.

—Bueno, no solo por esta noche. Me refería a estos días, que hayas venido desde tan lejos para darme ánimos, no sé, no lo haría cualquiera... —digo un poco nerviosa al ver que lo estoy incomodando.

—Anda Laura, cállate —dice sonriendo. Pone bruscamente uno de sus brazos sobre mi hombro consiguiendo desestabilizarme. Cuando me recompongo, continúo caminando con una sonrisa de satisfacción en mis labios.

Al llegar a la puerta de mi casa nos miramos sabiendo que no nos volveremos a ver hasta dentro de mucho tiempo, a los dos nos apena.

—¿Quieres entrar? —le pregunto mientras abro la puerta de la caravana que vuelve a chirriar.  

—Mejor no, mañana quiero levantarme temprano para poder despedirme de mi familia —explica.

—Vale. —Le doy un beso en la mejilla y me dispongo a bajarme, antes de que pueda hacerlo, Saúl me agarra de una de las piernas impidiéndolo.

—¿Estarás bien? —pregunta clavando sus pequeños ojos color miel en los míos.

—Sí, no te preocupes —digo. Me suelta la pierna y consigo bajarme.


Observo cómo se aleja mientras agito una de mis manos, despidiéndome. Me giro para encontrarme con mi casa, esta casa blanca de ventanas rojas que cada día se me venía más encima. Respiro hondo y subo los escalones de madera que elevan varios centímetros el porche delantero. Introduzco la llave en la cerradura y me quito los tacones. Cierro la puerta. Todo está en silencio, todo está oscuro, desde aquí no se escucha ni el mar, ni las gaviotas, desde aquí solo se escucha soledad. Soledad y tristeza... 

*

Quiero recordaros que el libro ya está disponible en amazon.es para las que no puedan esperar hasta el lunes para saber cómo continúa... 
Un besazo enorme! 

11.25.2015

Si no fueras tan TÚ...(3)

...Abro el armario y me visto con lo primero que veo, una camiseta roja de corte masculino y unos shorts azul marino. Recojo mi larga y espesa melena en una cola. Bajo a la cocina buscando algo para desayunar. Abro todos los armarios y cajones, también el frigorífico. Pienso que debería ir a la compra pero aún no estoy preparada para recibir todas las miradas de compasión de los vecinos del pueblo. Odio dar pena. En uno de los armarios encuentro una bolsa de croissants y cojo dos.

Salgo a la playa. Voy descalza, es la magia de este lugar, nunca se necesitan zapatos. La suave brisa acaricia mi rostro, hace una temperatura perfecta y huele a arena mojada. Respiro hondo y me acerco a la orilla.  Le lanzo un croissant a Saúl que para ágil con una de sus manos.

Ver la barca de nuevo, en la orilla, acerca a mi memoria numerosos recuerdos, solíamos salir a navegar y contábamos historias mientras mirábamos como las nubes cambiaban de forma. Durante estos once días he estado asomándome a la ventana con la esperanza de volver a verlo, flotando, con su barca en la inmensidad del mar, pero no, ya nunca lo volvería a ver. Suspiro y mordisqueo el croissant, Saúl se acerca a mí y agarra suavemente mi cara.

—Hoy vamos a despedirnos de tu padre como realmente se merece. Yo siempre he pensado que al morir, nos quedamos en el lugar que realmente amamos, él está anclado aquí, en este mar. —Saúl saca del interior de la barca papel, bolígrafo y una botella vacía—. Siempre que quieras contarle algo, podrás hacerlo. Él siempre estará aquí, esperando para saber de ti.

Lo miro dubitativa durante unos minutos, no creo que sea una buena idea, no sé qué decir. Mi padre siempre encontraba las palabras adecuadas para cada momento, era muy poético y es difícil competir con eso; sé que no estaré a la altura. Dudo un poco más hasta que finalmente decido hacerlo, para poder seguir, para poder despedirme. Uso la espalda de Saúl a modo de apoyo y comienzo a escribir...

<<Nunca había pensado como me sentiría tras tu marcha, lo cierto es que no sé cómo me siento, ni cómo debería sentirme. Tu marcha ha acabado con algunos de mis sentidos, me ha dejado muda, apenas puedo pronunciar tu nombre,  y ciega, no soy capaz de ver más allá de esa orilla en la que anclabas tu barca. Supongo que tú formabas parte de ellos. Comienzan a brotar rápidamente lágrimas de mis ojos. — Tu marcha duele durante el día, pero se mitiga en la noche, cuando  regresas de nuevo a mí. Sé que Dios te ha preparado algo grande ahí arriba y por eso tuviste que marcharte tan pronto, supongo que él te necesita más que yo.  PD: Te quiero>> —Seco mis lágrimas y pliego el papel para meterlo dentro de la botella. Saúl evita mirarme, sabe que no me gusta mostrarme vulnerable, que no me gusta que me vean mal.

Empuja la barca para meterla en el mar. Me sorprendo ante su iniciativa, sé que no tiene idea alguna de cómo hacerlo, de cómo montarse o navegar. Sus movimientos son muy torpes y me producen gracia. Es bonito que esté haciendo esto por mí.

—Saúl, se te ha olvidado la escalerilla para montarnos —bromeo y él se gira para mirarme desafiante.

—Anda, ven aquí a ayudarme. —El agua le llega por las rodillas y puedo notar su agobio.
Me acerco hacia él y le indico como subir, agarro la barca mientras tanto. Tras él, me monto ágilmente. Remamos, dejando atrás la orilla, acercándonos al horizonte donde el cielo y el mar se dan la mano. La barca danza suavemente al ritmo de las olas. Saúl me pasa la botella y tras besar el frío cristal la lanzo al mar.

Observo como la botella se hunde, la miro durante varios minutos, mantengo mi mirada fija ahí incluso cuando la botella ha desaparecido totalmente. Me reconforta ver como el mar se traga mi mensaje para hacérselo llegar.
Durante un segundo, noto en la cálida brisa los besos de mi padre, sí, estoy segura, él siempre estará aquí conmigo.

—Laura... yo... —Comienza Saúl. Sé que está incómodo porque se toca el pelo, siempre hace eso cuando está incómodo. Sentado ahí, en la inmensidad del mar, todo parece muy pequeño, menos mi tristeza que lo eclipsa todo.

—Estoy bien, de verdad, no tienes que decir nada con que estés aquí me basta. —No lo miro. Lo escucho suspirar aliviado desde el otro extremo de la barca.

Cuando llegamos a tierra firme la expresión en el redondo rostro de Saúl cambia completamente, ahora respira tranquilo. Se tira a la arena mientras yo termino de sacar la barca del agua.

—Pensaba que tampoco soportabas la arena —digo mientras me siento a su lado.

—Yo también lo pensaba. —Cierra sus ojos—. No soporto el vaivén de los barcos, me recuerda que estoy en manos de algo que no controlo, y en cualquier momento ¡PUM! Y mueres... —Se incorpora rápidamente, consiguiendo asustarme, y me coloca sobre su pecho. No puedo evitar reírme ante el miedo o respeto, como él prefería que lo llamase, que sentía Saúl hacia el mar.

—Estoy segura que morirás antes de alguna extraña enfermedad que te contagie alguno de tus pacientes que de que te trague el mar.

—Y tu morirás de hambre como sigas sin ir a la compra. ¿Te llevo? —Nos levantamos, lo miro con cara de cordero degollado, no me apetece nada ir y él lo sabe y por si no lo sabe yo se lo hago saber.

—No, no quiero ir. Por favor, no me obligues como siempre haces.

—¡Venga! —Saúl se levanta y agarra una de mis manos para comenzar a arrastrarme por la arena mientras pataleo y suplico piedad. Me arrastra hasta la puerta de la cocina—. Laura, ¡sé adulta! —me pide serio mientras me coge como si fuese un saco de patatas. Comienzo a patalear y gruño. Cruza la casa hasta volver a salir por la puerta principal donde coge unas chanclas para mí. Me mete dentro de su caravana.

—¿Cómo quieres que vaya al súper así? —me quejo mientras Saúl me pone bruscamente el cinturón. Saúl me mira torciendo su boca, pasa su mano por mi cabeza fingiendo peinarme.

—Mucho mejor así —dice satisfecho con su trabajo y cierra la puerta antes de que pueda volver a quejarme.

—Pero Saúl...—comienzo mientras veo como rodea la caravana levantando una de sus manos en señal de STOP.

Cuando se monta tiene esa cara de intentar estar serio para que yo no pueda decir nada. Lo único que puedo hacer es cruzar mis brazos mostrando desacuerdo. Sonríe satisfecho y arranca la caravana.

—Estás guapa —piropea con una seductora sonrisa en sus finos pero jugosos labios mientras aparta la vista de la carretera para mirarme de arriba abajo. No puedo evitar ruborizarme, sé que le encanta hacerme sentir así, es una mezcla entre avergonzada y tonta al mismo tiempo. Le propicio un golpe en el brazo sin apenas mirarlo y él vuelve a poner la vista en la carretera.

El pueblo está a varios minutos de la playa, el camino se hace más largo debido a la tortuosidad de la carretera. Es una carretera estrecha, de gravilla.

Saúl ha sido el que se ha encargado de hacer la compra, yo he estado esquivando a los vecinos del pueblo. No he tenido más remedio que escuchar el pésame de alguno que otro, y soportar la mueca de pena y esa palmadita en la espalda que me rompe el corazón de nuevo. Se me ha hecho eterno. Por suerte, ya estamos en la caja terminando de meter la compra en bolsas.

Cuando volvemos a casa voy directa a la ducha mientras dejo a Saúl colocándolo todo. Ya he superado la primera prueba: tener que enfrentarme a los vecinos. Aún quedan muchas y más complicadas.

No he ido a trabajar, mi jefa me ha dicho que puedo tomarme el tiempo que quiera; he estado diseñando zapatos para matar el tiempo, dibujar hace que me olvide de todo. Son dibujos que archivaré, como hago con todos, mi trabajo no consiste en el diseño, lo sé, pero me gusta soñar.

Al entrar en el baño me observo en el espejo y no me reconozco, no soy yo la persona que se refleja. Mis ojos verdes desprenden tristeza, el rubor que siempre visten mis mejillas no está y mi tez es completamente blanca. Mi pelo está totalmente descuidado, se ve largo pero no bonito. No me gusta verme así, siempre he sido muy presumida, jamás he salido de casa sin pintar, sin arreglarme... y verme de esta guisa me entristece aún más. Sé que he perdido varios kilos pero no me sienta mal. Me meto en la ducha y el agua comienza a salir. Sale caliente y calienta mi piel pero no llega a mi alma que aún sigue fría. Demasiados recuerdos, demasiado dolor... la ducha es el único lugar en el que mis lágrimas brotan con facilidad, se camuflan con el agua que me recorre y puedo ocultar mi dolor.

Yo era una persona muy independiente, la única persona de la que dependía se había ido y temía convertir a Saúl en mi pilar fundamental. No quería que él tuviese que cargar con todo ese peso, aunque sabía que había venido para hacerlo, que estaba dispuesto. Mi padre siempre había confiado en Saúl, siempre le pedía que me cuidase: cuando salíamos, cuando viajábamos,... Sé que Saúl se siente en deuda con él y ha venido para saldarla.

Cuando bajo a la cocina, Saúl ya no está. Hay una nota en la mesa que dice <<Come algo y descansa>> Había organizado toda la compra en el frigorífico y los muebles, era muy meticuloso, me sorprende que no lo haya colocado por colores.

Preparo pollo con verduras y me lo como tan rápido que no me da tiempo a saborearlo, pero no sabe a los precocinados de los que me había alimentado estos días.

Los días transcurrían mucho más rápido con la llegada de Saúl, me ha obligado a ordenar y limpiar la casa, no me he negado porque sé que tiene razón, mi casa se había convertido en una pocilga. Juntos hemos limpiado todo y casi la inundamos también, en una guerra con los grifos y el limpiasuelos. Tengo que decir que me lo he pasado genial, Saúl es una de esas personas que hace que se te olvide todo lo demás. Hemos pasado tiempo viendo películas y hablando, hemos hablado mucho. Él me cuenta anécdotas sobre Londres, en ese tono de chiste con el que me veo obligada a reírme.

Aquel día, Saúl estaba más callado que de costumbre, pensativo y apenas sonreía. Hemos sacado una mesa al porche trasero para comer mientras observamos la playa, el clima es perfecto.

—Dime que esto no es perfecto —digo echándome hacia atrás en la silla y observando todo lo que me rodea. Saúl me mira como si tuviese las palabras atragantadas y no le saliesen.


—Laura... —titubea mientras quita su mirada de mí—. Mañana vuelvo a Londres, un compañero me está cubriendo y no puedo quedarme más. —Tras escuchar sus palabras mi expresión se torna seria. No quiero que se vaya, ahora lo necesito aquí. Estos días a su lado se me han hecho fáciles, no quiero volver a la complejidad, no puedo...

11.24.2015

Si no fueras tan TÚ... (2)

...Saúl sale de casa para buscar algo en su caravana. Pongo una pizza en el horno. Tras varios minutos vuelve con una botella transparente llena de un líquido dorado. Está adornada con un lazo rosa—. Es del viñedo de un amigo.

—¡Guau! Muchas gracias.

Saúl me ayuda a sacar la pizza del horno y la colocamos en un plato, lo llevamos todo al salón donde un amplio sofá preside el centro de la estancia frente un televisor de plasma, hay una pequeña lamparita que da una luz cálida. Las paredes son de color melocotón y hay numerosos cuadros con motivos florales.

Nos acomodamos en el sofá y encendemos el televisor. Durante la cena, no paramos de bromear, ya no recordaba lo bien que me lo pasaba con él; compartimos el mismo humor y nuestros chistes fáciles nos sacan continuas carcajadas. También, tengo que decir que el vino está empezando a hacer su efecto.

Saúl se levanta del sofá y apaga la tele. Me mira con sus pequeños ojos y con una sonrisa pilla, enciende el equipo de música que hay justo al lado de la puerta. Elige uno entre todos los cedés y una suave melodía nos envuelve.

—Buena elección —digo cerrando los ojos y recostándome en el sofá de cuero.

Siempre habíamos discutido sobre qué canción de Alejandro Sanz era la mejor, y finalmente, habíamos llegado al consenso de que ésta lo era << Siempre es de noche>>

Cada vez que escuchaba esta canción me acordaba de Saúl, daba igual el tiempo que llevásemos sin vernos, lo lejos que estuviese, daba igual todo, era como si un hilo imaginario lo arrastrase hasta mi cabeza y por un instante, lo sentía cerca.

—Siempre que escuchaba esta canción me acordaba de ti. No cabe duda que elegimos bien —confiesa Saúl que vuelve a sentarse en el sofá.

—Tengo que confesar que he llegado a pensar que nunca más estaríamos así. Desde que conociste a María sentí como te alejabas de mí y no fui capaz de ser yo la que se acercase, estaba un poco celosa supongo. Simplemente acepté que ese día tenía que llegar y que me podría haber pasado a mí —me sincero, el vino se sincera.

—¿A ti? Imposible, nadie sería capaz de aguantarte —bromea Saúl rompiendo el momento. Odio cuando hace eso y él lo sabe, creo que por eso lo hace. Frunzo el ceño y le lanzo una patada.

Es cierto que mi trayectoria amorosa no era nada buena pero no era culpa mía, bueno, en realidad sí. No me gustaba comprometerme, no era capaz de comprometerme con nadie ni con nada. Soy un desastre en todos los sentidos. Había tenido dos novios, o intentos de ello, pero siempre me cansaba, sabía que tarde o temprano me cansaría y con esa mentalidad siempre acababa pasando.

Hacía tiempo que había descartado la idea de sentar cabeza con una pareja, sabía que ese no era mi estilo. Eso era lo que Saúl estaba reprochándome, ser un desastre.

—¡Eres idiota! —digo sosteniendo una sonrisa.

Saúl se levanta haciéndose el enfadado y comienza a hacerme cosquillas. Las risas y gritos retumban en todas las paredes de aquella preciosa casa que parecía haber recuperado la vitalidad que siempre solía acompañarla.

Agotados por los juegos y el vino nos quedamos durmiendo, uno a cada lado del sofá.
Dormía plácidamente, no escuché a Saúl despertarse para ir al baño, solo sé que estaba soñando con él, con mi padre, y cuando desperté me encontré sola, en aquel salón donde tantas noches habíamos estado juntos viendo la tele. Ya no estaba, jamás volvería. El mundo se me vino encima de nuevo y no puedo evitarlo. Comienzo a llorar sentada en el suelo, con mi cuerpo apoyado en el sofá. Saúl aparece rápido, al escuchar el estruendo de una copa romperse contra el suelo. Los cristales me rodean.

—¿Por qué Saúl? ¿Por qué se ha tenido que morir? Él era la persona más buena que yo conocía. ¡No es justo! —sollozo mientras las lágrimas brotan de mis ojos.

Saúl está completamente paralizado, nunca me había visto tan rota. Sé que escuchó como mi corazón se partía, sé que no sabía qué hacer por mucho que lo intentase. No dice nada, se acerca y me coge para llevarme a la habitación. Conoce la casa como si fuese la suya. Me sube por las escaleras mientras lloro en su pecho. Sigue sin decir nada. Entramos en mi cuarto y me echa en la cama. Se sienta a mi lado y besa mi frente.

—Cu.. cuando s..se murió, sa..salí del hospi..pital y vine a..aquí, es el único lu..lugar donde lo si..sigo sinti..endo... —Apenas puedo articular palabra. Miro a Saúl como si él tuviese la solución. Como si él pudiese traerlo de vuelta, pero no, no puede.

La relación entre mi padre y yo no era una relación normal entre un padre y una hija, para mí, mi padre era un Dios y él no paraba de recordarme que yo era su máximo representante en la tierra. Mi propósito cada día era parecerme más a él, aunque sabía que eso era imposible. Él bañaba de magia mi existencia y ahora sentía como esa magia, poco a poco, se desvanecía.

Había pasado diez días ahí, en aquella casa, sola, intentado convencerme de que todo era un mal sueño, hasta esa noche donde me di cuenta que todo había ocurrido de verdad.
Saúl se echa a mi lado y me abraza. No puedo parar de llorar.

—¿Recuerdas cuando estabas tan triste porque tu profesor de dibujo técnico no te puso la nota que necesitabas para conseguir aquella beca? —pregunta en un susurro.

—Sí, viniste por mí en la moto de tu padre porque no paraba de llorar tras el teléfono. —Consigo calmarme al recordar aquel momento.

—Y, ¿recuerdas como le llenamos el coche de barro? —Consigue hacerme sonreír.

—Sí, nos gritó desde el balcón: << os pillaré granujillas >> ¡Granujillas! —exclamo secándome las lágrimas entre sonrisas.

—Ese tío siempre estaba tan impasible. Granujilla. —Y toca mi nariz con su dedo mientras esboza una sonrisa al ver que ha conseguido que pare de llorar.

—Saúl, me duele porque no fui capaz de ir al entierro. Mi madre no me dejó traerlo aquí, a la playa, donde él quería estar y estaba furiosa. En el hospital, me decía que quería que todos estuviésemos contentos, que bebiésemos vino a su salud y todo fuera una fiesta, que fuésemos de blanco y cantásemos.

Mi madre se divorció de mi padre haría unos doce años. Aunque siendo sincera, para mí, llevaban separados desde que a mis cinco años, mi madre aceptó un puesto de trabajo y tuvo que marcharse.

Era una importante mujer de negocios, nunca supe exactamente a qué se dedicaba porque yo, apenas la conocía, mi relación con ella era muy fría. Ella, constantemente, estaba de viaje. Nos acostumbramos a aquella situación y ninguna hizo nada para remediarlo. Teníamos la misma sangre pero éramos completas desconocidas.

—Bueno, no vamos de blanco... pero hemos bebido vino y hemos cantado, creo que tu padre puede darse por satisfecho.

—Gracias por venir. —Sonrío y me coloco en su pecho, sintiendo cada uno de sus latidos que me recuerdan que no estoy sola, que él está aquí y que ha venido a ayudarme aunque sé que soy tan cabezota que no lo dejaré hacerlo. Saúl lo sabe y sabe que no va a ser tarea fácil pero él también es muy cabezota con lo que se propone.

Capítulo dos. Despedidas.


Los rayos de sol y el canto de las gaviotas me recuerdan que es de día, que es hora de despertar. El exceso de vino de anoche se transforma en un enorme dolor de cabeza del que solo puedo quejarme. Miro el reloj en la mesita de noche y de nuevo, como cada una de las mañanas de estos ya once días, tropiezo con la realidad, una foto de mi padre conmigo en la playa. Sin duda lo más duro era despertar de mis sueños en los que él aparecía acunándome y regalándome momentos mágicos.

La pérdida de mi padre fue sentida por todos los habitantes del pueblo, era un hombre muy querido y todos lo conocían. Dedicó su vida al mar, a la pesca.

Le encantaba este lugar, le encantaba lo que hacía. Era un enamorado de la vida y de las pequeñas cosas. Disfrutaba escuchando las olas desde su pequeña barca, con el olor a salitre y con el sonido de las gaviotas que lo despertaban cada mañana.

Su forma de vida no era compatible con la de mi madre que tras doce años de matrimonio en los que el mayor sostén fue el cariño, éste dejó de ser suficiente. No notamos mucho su marcha porque rara vez estábamos los tres juntos. Era algo que sabíamos que tarde o temprano pasaría.

Miro a mi lado en la cama y no está Saúl. Pienso que se iría temprano. Me levanto desperezándome y me acerco a la ventana para abrirla, para oler el mar y escuchar las olas. El cielo está totalmente despejado, el sol extiende sus rayos como si de brazos se tratasen para en un gran abrazo iluminar todo su alrededor.

—¡Buenos días Laurita! —saluda Saúl desde la arena, viste un bañador verde y una camiseta blanca de mangas cortas que deja ver sus brazos apenas trabajados en el gimnasio.  Empuja la barca de mi padre hacia la orilla.  

—¿Qué haces? —pregunto extrañada. A Saúl no le gusta el mar, siempre decía que no se podía esperar nada bueno de algo tan grande, del que tan solo conocíamos un pequeño porcentaje de las especies que lo habitaban.

—Se me ha ocurrido algo, ¡ven! —pide Saúl que se aleja...

11.23.2015

Si no fueras tan TÚ...

No sé cómo empezar... El caso es que ya está terminado el primer libro de esta bilogía. Estoy sintiendo los mismos nervios que cuando en verano, hice público el primer fragmento de Hoy no cuenta, (y espero que vaya igual de bien:P)

Ya solo puedo desearos que os guste; el cariño y la ilusión ya los puse durante los meses de trabajo. 
Con este libro, he llorado mucho pero también me he reído. Creo que he puesto más de mí de lo que me hubiese gustado, por eso ha sido tan especial. 
Bueno, no me enrollo más, ansiosa estoy de conocer las primeras sensaciones!!! Un besazo enorme! 

PD: Quiero agradecer a mis tres ángeles de la guarda: A la modelo por tener unas piernas y un pelo tan preciosos y por los consejillos cuando los necesité. 
A mi lectora cero que siempre me enseña la salida cuando estoy en un callejón sin salida y a la rubia que mejores zapatos diseña (aunque al final no hayan aparecido en la portada) 
LAS QUIERO! 

Ahí va....



Capítulo uno. Siempre es de noche.


Dicen que el día de tu boda es el día más bonito y emotivo de tu vida, que es un día lleno de felicidad, un día en el que reunimos a toda la familia para hacerles partícipes de nuestro amor, para hacerles saber que nos queremos y que nos vamos a querer para el resto de nuestra vida. Que siempre caminaremos juntos, en los buenos y en los malos momentos. Que si uno cae el otro tirará de su mano para ayudarlo a ponerse en pie de nuevo, que formaremos una familia, que nos cuidaremos y que jamás nos traicionaremos. Es un día que garantiza tu felicidad a largo plazo y eso es algo tranquilizador. Bien, pues por algún extraño motivo yo estoy muy nerviosa, no paro de dar vueltas en la cama a apenas dos horas de la llegada de la peluquera. No he pegado ojo en toda la noche. ¿Es ese un síntoma normal de felicidad? Espero que sí.

Mi habitación está totalmente oscura, enciendo la lamparita y mis ojos se encogen, aparto el dosel y salgo de la cama. Me acerco a un ventanal que hay a varios metros de mi cama,  me asomo para contemplar las fabulosas vistas, el mar completamente en calma, la redonda luna reflejada en él. Respiro hondo. No se escucha nada, solo el latir de mi corazón, pum, pum, pum. Por eso me gusta este sitio, por eso siempre vuelvo. He visitado muchos lugares, muchos sitios increíbles y en ninguno he sentido la paz que siento al asomarme a la ventana de mi casa, en este pequeño pueblo.

Bajo las escaleras mientras termino de colocarme mi bata de seda, hace frío aunque sea primavera. Recorro el pasillo hasta llegar a la cocina donde hay una puerta que conecta directamente con la playa. No enciendo ninguna luz, la luz de la luna me es suficiente porque  sé bien el recorrido, toda mi vida he vivido aquí.

Estoy descalza, piso la arena de la playa, está fría. A medida que me acerco a la orilla siento como la brisa recorre cada vez más fuerte mi rostro. Han pasado casi cuatro años y aún parece que fue ayer...

*

Estaba sentada aquí mismo, delante del mar, mojada y tiritando de frío. Mis ojos miraban las olas que rompían con fuerza mientras mi mente estaba completamente en blanco, perdida, no sé cuantas horas llevaba en esa misma posición, tampoco me importaba. Mi vida se desmoronaba y lo único que era capaz de hacer era permanecer quieta mientras me congelaba por fuera y por dentro.

—Sabía que te encontraría aquí. — Una voz masculina me saca de mi ensimismamiento. No me sorprende verlo a pesar de que lleve dos años sin noticias de él.

Está igual, viste su chaqueta de cuero negro que tanto le gusta y esas botas camperas que yo odio. Lleva un ridículo flequillo que descansa sobre su frente, siempre que no lo engominaba le quedaba así. Insistía en dejarse la barba a pesar de no tenerla completamente cerrada a sus veinticuatro años. Sus ojos color miel me miran. Yo lo miro indiferente y vuelvo a mirar al horizonte mientras se acomoda a mi lado. Sé que odia la playa, que no le gusta nada el mar, y que odia estar aquí.

—Al principio parece que está fría pero una vez dentro te das cuenta que el frío lo pasarás al salir, el frío está fuera.  —Me echo sobre su hombro y él me abraza.
Saúl parece preocupado, mira mis morados labios que resaltan aún más la blancura de mi redondo rostro.

—Deberíamos entrar en casa, vas a resfriarte — susurra. Y se levanta con un gesto de desagrado al notar como sus botas se inundan de arena.

—No es un calzado adecuado —digo levantándome y andando descalza hacia la puerta de la cocina.  

—Sabes que no soy de playa.

Entramos a la cocina, una pequeña cocina de madera con una mesa redonda en el centro. Del techo cae una lámpara de mimbre que ilumina la estancia, da una iluminación tenue y acogedora.

Numerosas fotos decoran las paredes, plasman momentos de felicidad, con amigos y familia. Saúl se reconoce en algunas de las fotos.

Una montaña de platos sucios asoma en la pila y hay numerosos envoltorios de comida y bebida esparcidos por la sala. Adorna la encimera una planta de interior, seca por la falta de riego y sus hojas yacen alrededor.

—Perdona por el desorden pero no esperaba visita — me disculpo.

Abro el frigorífico y saco una botella de vino blanco, coloco dos copas de cristal en la mesa y sirvo un poco en cada una de ellas. Saúl se sienta a la mesa mientras coge una de las copas. Me siento de un salto sobre la encimera de piedra, mi pelo sigue mojado, se ve más oscuro.

—No te preocupes —Saúl mira toda la sala mientras, imagino, recuerda cuantos buenos momentos había pasado allí años atrás. Un ambiente triste envuelve aquella cocina. Quizá por el silencio, quizá por el mal tiempo…

—Ha pasado mucho tiempo Saúl —digo dando un sorbo a la copa evitando el cruce de miradas, estoy nerviosa, sé que lo sabe.

—Sí, mucho... ¿Dos años? —Hablamos en un tono demasiado serio, nunca solíamos hablar así. Observa como muevo mi pierna. Asiento. Hay un silencio, Saúl suelta la copa en la mesa, se dirige hacia mí y agarra mi mano—. He llegado cuando me he enterado de la noticia ¿Cómo estás?

—La noticia... Bueno, tarde o temprano todos morimos. —Suelto su mano y bajo de un salto.
Sé que odia cuando me comporto así, odia cuando sale a relucir mi papel de mujer hielo, pero no dice nada, por esta vez lo pasa por alto y simplemente resopla. Bebo de un trago mi copa y me sirvo otra. Sé que sabe lo dolida que estoy, soy transparente para él porque me conoce bien. Sabe lo unida que estaba a mi padre y sabe lo mal que lo estoy pasando tras su muerte, hace tan solo diez días...

—Al final me dieron Londres, estoy de prácticas en un hospital de allí. —Saúl cambia de tema, sonrío en señal de agradecimiento.

—Sí, me alegré mucho cuando tu madre me lo contó. —La expresión de tristeza de mi cara se ha esfumado. Esbozo una pequeña sonrisa en señal de agradecimiento por el cambio de tema — ¿Qué tal María?

—María... —Resopla mientras vuelve a rellenar su copa—. Vino a Londres conmigo y en menos de un mes ya me había cambiado por un compañero de trabajo.

—Lo siento —me disculpo sorprendida.

No me lo esperaba, sabía lo mucho que Saúl quería a María, jamás lo había visto tan enamorado de nadie. Él, acostumbraba a ser encantador con todas las mujeres pero nunca había tenido una relación tan seria, no porque él no quisiera si no porque no le había llegado la mujer indicada. Al verlo tan entregado en aquella relación pensé que María era la mujer que siempre había esperado.

—Ya han pasado cuatro meses, está casi superado aunque hay momentos en los que la recuerdo, en los que la odio, momentos en los que la quiero de nuevo. ¿Qué te voy a contar? ya me conoces... —Me lanzo a su cuello para abrazarlo. Sí, lo he echado mucho de menos. Su olor, me recuerda una época feliz, una época en la que no teníamos problemas, solo nos divertíamos, éramos tan pequeños...

Con ese olor, habíamos reído, llorado, nos habíamos peleado, divertido; habíamos pasado resacas, viajes, nos habíamos caído y levantado. Siempre fuimos grandes amigos, casi como hermanos, y no importaba el tiempo que pasásemos sin vernos, cada vez que nos encontrábamos era como si ayer mismo hubiese sido la última vez.

Es cierto que nunca habíamos estado tanto tiempo sin vernos y que los recientes acontecimientos habían enrarecido el reencuentro.

Hablamos durante horas, me contó su vida en Londres: que al principio le fue muy duro por el idioma, pero que poco a poco iba siendo más feliz allí. Le encanta ayudar a las personas por eso estudió medicina y ahora está cumpliendo su sueño. Me cuenta que muchas veces miraba la puesta de sol añorando la de nuestro pueblo, que a veces, necesitaba volver y que cada día hacía recuento de las cosas pendientes para cuando regresase. Dice que yo siempre estaba en sus planes.

Yo había terminado la carrera de diseño de moda hacía casi un año y trabajaba en el pueblo, en el taller de una diseñadora de zapatos. Ella era famosa en nuestro diminuto pueblo pero no fuera de él. A mí, no me gustaba mucho su estilo porque no era arriesgado, trabajábamos lo que se vendía allí.

Yo entré en su empresa para hacer las prácticas y al final me contrató. A día de hoy, parecía que seguía de prácticas porque hacía el trabajo sucio, como mucho, me dejaba elegir los materiales para ciertos modelos pero ella era la que llevaba todo lo relacionado con el diseño. Fabiola era muy buena conmigo y estaba aprendiendo mucho de ella.
Sabía que si me iba fuera mi futuro sería mejor pero no podía hacerme a la idea de abandonar este lugar.

A medida que Saúl y yo hablamos nuestros ojos brillan tanto que unos podían reflejarse en los del otro, estamos emocionados de volver a estar juntos y de que todo sea como si nada hubiese pasado. Parece como si el motivo de la visita se nos hubiese olvidado.

Comienza a caer la noche. Todo el día había estado amenazando lluvia, una lluvia que no tarda en llegar. El romper de las olas se escucha mucho más fuerte que en la tarde. Desde la cocina ya no se ve la playa, todo está completamente oscuro, las espesas nubes tapaban la luna. A veces, con la caída de un rayo, se ilumina toda la playa durante un segundo.

—Quédate a cenar —propongo mirando en el congelador algo para ofrecerle.

Vale acepta—. Se me olvidó, he traído algo para ti...