Como cada treinta y uno la pesada de Carmen se había
empeñado en que fuese a esa estúpida fiesta. Esa que organizaban un grupo de
pijos del bufete para el que trabajaba en prácticas.
––En
serio, no te lo voy a repetir ––dijo
Carmen mientras desenchufaba el cargador de su móvil y me miraba desafiante. No
me inmuté, agarré con fuerza el mando sin apartar mis ojos de ella para no
perder la batalla que libré desde el sofá y arropada. ––¡Vas a venir! ¡No puedes comenzar
el año así!
Se marchó hacia el baño.
Gané.
Saboreé mi victoria, me recosté y comencé a buscar una de
esas películas navideñas que Netflix había creado para gente como yo. Esa
noche hacía mucho frío en Madrid y yo estaba de mal humor.
El mudarse a unos quinientos kilómetros de casa para cumplir
el sueño de toda mi vida de ser actriz y terminar trabajando para Amancio
Ortega, incluido el día treinta y uno, te hacía ver las fiestas de otra forma.
Estaba enfadada, como el año anterior, ¿qué estaba haciendo con mi vida?
¿El balance sobre mi año? Mejor ni nombrarlo. Era desolador
hacer esa lista mental y ver que no había cumplido ni uno de mis propósitos.
No he visitado ningún país nuevo porque lo que gano me da
para este alquiler que comparto con Carmen y visitar a mis padres un par de
veces al año. No me han cogido en ningún casting porque me paso el día
cansada, de la casa al metro, del metro al trabajo y del trabajo al metro de
nuevo y a casa otra vez.
No he cumplido ninguna dieta porque me alimento a base de
comida precocinada y no me he enamorado porque estoy tan deprimida que cuando
veo la mas mínima posibilidad salgo por patas.
Vale, paro. Sé que soy la única culpable, lo admito, pero no
voy a hacer como el año pasado, no voy a prometerme cambiar para después auto-humillarme
al no hacerlo.
Ya no voy a esperar nada de mí.
––¿Aún
sigues así? ––Carmen
se paró delante mía con los brazos en jarras. Llevaba un vestido negro
insultantemente ajustado.
––¡No
quiero ir! ––sollocé.
––Lola,
me da igual ––me
arrebató el mando y apagó la televisión. Clavó sus ojos marrones en los míos
verdes. ––Venga
te presto algo mío.
––Como
si yo entrase en alguno de esos minivestidos… ––refunfuñé
mientras arrastré mis pies hacia la habitación. ––¡Lo
hago por ti, que lo sepas!
Y era verdad, porque ya el año pasado fue una decepción
aquella fiesta. Si no fuese porque me pimplé varias botellas de vino se me
habría hecho un infierno.
A Carmen le encantaban estas fechas y estar rodeada de gente
por lo que no podía entender como yo quería quedarme sola una noche tan
señalada. Ni lo entendía ni lo permitiría. Y yo sabía lo insistente que era
Carmen.
No tardé mucho en elegir ese vestido que nunca te pondrías
si no fuese fin de año.
––Me
asombra lo rápida que puedes llegar a ser ––dijo
mientras terminaba de guardar su pintalabios en el bolso.
Fuimos al mismo cortijo. Había mucha gente vistiendo elegantes
trajes que me hacían sentir fuera de lugar. Todo era como lo recordaba, no
faltaba un detalle, decoración navideña por todas partes, corrían el champagne
y las bandejas llenas de canapés.
La noche transcurrió más deprisa de lo que esperaba, Carmen
intentó introducirme en varias conversaciones con sus amigas hasta que se dio
por vencida. Yo prefería merodear entre la multitud probando los suculentos
canapés que los camareros iban acercándonos.
Y de repente…
––Perdón ––dijo una voz masculina al
chocarse con mi plato cargado de canapés que irremediablemente aterrizó en mi
vestido.
––¡Joder! ––exclamé molesta mirando el
destrozo en mi escote. Y reparé en mirarlo mientras rebuscaba apurado en el
bolsillo interior de su chaqueta un pañuelo. ––¡Joder! ––repetí asombrada al
descubrir que esa cara, esos ojos miel y ese pelo rubio me eran muy conocidos.
––Ya te
he pedido perdón, ¿es muy caro? ––preguntó
a la defensiva.
––¡No!
Eres Pablo Del Viento ––creo
que mis ojos se abrieron como platos.
––¿Nos
conocemos?
––No,
ósea, tu a mí no, pero te sigo, he ido a ver todas tus obras de teatro.
Pablo Del Viento era un joven director de teatro que estaba
de moda. No es que fuese muy conocido, pero me encantaba su extravagancia y
originalidad. Y además, estaba como un queso, ¡ay!
Estuvimos hablando mientras me ayudó a limpiarme. Le conté
que había venido a Madrid para actuar pero que la cosa se había torcido y se
interesó bastante por mí. Me atrevería a decir que le gusté. Y lo mejor, me propuso
hacer un casting para su próxima obra secreta. Yo estaba al borde del desmayo ¡Por
fin algo que me salía bien!
El tintineo de unas campanas nos avisó de que se aproximaban
las doce y había que preparar las uvas.
––Éstas
son las de la suerte ––dijo
seductor mientras me acercó un cuenco. Le respondí con una sonrisa nerviosa.
Al terminar, llovía confeti y todos aplaudían, menos Pablo
que miraba risueño como yo luchaba por no atragantarme. Acercó su mano a mi
mejilla.
––Espera,
te has manchado… ––se
acercó más y luego deslizó su mano por mi cuello consiguiendo erizar mi piel ––¡Feliz año! ––susurró sexy cerca de mi
oído…
––¡Lola!
¡Lola! ––Carmen
me zarandeaba en el sofá.
––¡Feliz
año Pablo! ––Abrí
los ojos para encontrarme a una Carmen desquiciada.
––¿Cómo
que Pablo? ¡Te has quedado frita!
––¡No! ––lloriqueé abrazando un
cojín.
––Mira,
si no quieres venir, no te lo voy a decir más ––se
dio la vuelta y cogió su bolso.
––¡No!
¡No! ¡Espera, que no tardo! ––salté
del sofá y ella me miró sorprendida.
A veces solo necesitamos soñar más alto para descubrir que
no es cuestión de propósitos imposibles de año nuevo. Que lo importante es
luchar por cumplir esos sueños olvidados que no te dejan dormir.
¡Felices fiestas!